Mientras
las cámaras de la TV mostraban las imágenes de los cortes, las calles
desiertas, las estaciones de trenes y colectivos vacíos, ningún medio destacaba
el resultado más concreto y significativo de la huelga: la paralización de los principales
cordones industriales de las distintas regiones del país.
Con la
huelga el movimiento obrero industrial -el sujeto llamado a liderar la
transformación revolucionaria de la sociedad- se puso de pie luego de años de
letargo. Volvió con todo, golpeando unificadamente contra el corazón de
la economía, interrumpiendo la producción de las más importantes ramas
productivas de la Argentina .
En las
grandes fábricas, puertos, pozos de petróleo y obras de la construcción, las
bases autodeterminadas, que se rebelaron contra la disciplina impuesta desde
los sindicatos carneros, le pusieron la sal y la pimienta que necesitaba esta
convocatoria nacional de lucha, garantizando de esa manera su éxito.
Fue así que
desde la cero hora del 20 de noviembre fueron bloqueados con camiones todos los
accesos del cordón industrial que va desde Rosario hasta Granadero Baigorria y
que, mientras tanto, se instalaban los piquetes de activistas de varios
gremios, que terminaron garantizando la contundencia del paro en la región, que
llegó al 90%.
Lo mismo
sucedió en Córdoba, donde el accionar de los sectores más decididos logró,
junto a los trabajadores de la UTA, la detención del transporte de colectivos y
de taxis. En esa provincia paró la automotriz Renault, gracias a que el turno
noche, que ingresó a las 20hs del lunes, exigió la presencia de los delegados
(SMATA) e impuso el paro en una asamblea autoconvocada.
En Bahía
Blanca, los piquetes de camioneros y químicos (cuya Federación está en la CGT
Balcarse) pararon el Polo Petroquímico. Lo mismo pasó en el cordón industrial
de Pilar, donde los camioneros bloquearon los accesos o en La Serenísima de
Longchamps y en los cordones de Ezpegazzini/Ezeiza o Zárate. En Volkswagen y
Ford de Pacheco se paralizó la producción mediante el paro de los tercerizados
de la logística, organizados en el sindicato de camioneros.
Semejante
demostración de fuerza, que se repitió y multiplicó nacionalmente, catapultó al
moyanismo, al punto tal que Caló, Martínez, Lezcano y el resto de los sindicalistas
K, pasaron de echarle tierra, a tirarle flores.
Moyano y
sus hijos se pusieron al frente de los bloqueos y los piquetes para frenar y
desviar el ascenso obrero, cada vez más radicalizado. Pero también para
defender los intereses patronales que los sostienen, quienes pugnan por
mantenerse a flote en medio de la lucha encarnizada entre distintos grupos
empresariales que tratan de no sucumbir a los efectos de la crisis
capitalista.
En épocas
pasadas, cuando dirigían al movimiento obrero los viejos caciques peronistas,
el acatamiento a las medidas “decretadas” por la CGT era prácticamente
religioso. No había cuestionamientos, ni asambleas para decidir nada, ni
piquetes para garantizar las medidas.
La
burocracia sindical, a través de sus cuerpos orgánicos, imponía verticalmente
las decisiones. Pero ahora, en medio del fenomenal ascenso de las luchas
obreras que recorre el mundo, cada vez son menos los trabajadores que aceptan
que otros resuelvan por ellos mismos.
Moyano y
sus socios entendieron esta situación, de la misma manera que lo hicieron los
burócratas europeos que acaban de organizar el 14N (ver nota). Por eso,
para dirigir se propusieron ponerse al frente de las luchas y valerse de los
métodos más radicalizados. Esto,
que en principio les da cierta fortaleza, es la base de su debilidad, ya que al
empujar la lucha, ayudan a profundizar el ascenso proletario que los terminará
sepultando.
Esta
situación le brinda a la izquierda una oportunidad inédita. Sin embargo,
para disputarle la dirección al moyanismo, no sirven las acciones testimoniales
o la propaganda. La pelea por la conducción del movimiento obrero será -no tenemos
ninguna duda- encarnizada (ver nota).
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